lunes, 16 de enero de 2012

Capítulo 3 - Cable a tierra

Si hasta el día de hoy ignoro mis sentimientos, después de meses y meses saliendo a pasear junto a Valentina, se debe a dos razones: la primera es que no quiero saber lo que siento y, la segunda, no lo veía como algo urgente. Cuando era pequeño, era demasiado evidente en la situación de que me gustara una niña, buscaba en mi interior qué era esa sensación que me provocaba, se lo decía abiertamente y, en realidad, no le tenía mucho miedo al fracaso porque nada de eso me importaba, con nueve años no me iba a poner a llorar porque ella prefiriera jugar con muñecas Barbie, eso estaba más que asumido. Pero ahora, saber si me gusta alguien o no realmente no es mi prioridad.


Un tren por fin se asoma e interrumpe mis pensamientos, los rieles comienzan a sonar, me aparto y veo cómo pasa el gigante de acero, la serpiente de ruedas, dando bocinazos no sé si para saludar o para retarme por estar cerca de la línea. Continúo sobre mis pasos hasta llegar a la avenida, camino hacia el paradero mientras mi boca suplica por una dosis de agua, jugo o bebida y yo solo puedo tragar mi propia saliva.

Busco sombra en el paradero, pero el lugar donde logro resguardarme del sol no sirve para ver si el bus viene (¿a quién no le ha pasado esto?), así que me veo obligado a sentir calor en mi piel. Pasan algunos autos y de la nada se asoma la máquina que estoy esperando. Extiendo mi brazo en una acción mecanizada, dejo que el dedo índice marque mi petición silenciosa. Cierro los ojos por un breve instante y suena cómo el bus va frenando. Abre la puerta, subo.

- Buenas tardes - digo al tiempo en que paso la tarjeta por el validador.

Avanzo, el bus casi no tiene pasajeros (ya todos han de haberse ido). Elijo un asiento, me siento y el silencio me invade. La gente cree que el silencio corresponde a cuando no hay ningún sonido, pero nuestros pensamientos no emiten sonidos y rompen el silencio de todas maneras. El silencio me agrada, pero lo vivo pocas veces a pesar de que calle la mayor parte del tiempo. 


No es tiempo de pensar, el motor suena, las ruedas avanzan y toda esa poesía se desata, para otros oídos será el molesto sonido de un bus andando, para mí, será mi cable a tierra. Próximo destino: mi casa.

1 comentario:

  1. Elías es un pequeño travieso, ¡qué bonito!
    aprendí a comentar : )

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