miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 4 - ¿Me gusta?

Valentina es un nombre que se ha repetido en mis oídos constantemente en el último tiempo y no es que tenga muchas compañeras que tengan ese lindo nombre (cosa que sucede muy a menudo en Chile). No sé cómo podría definirla ni qué es lo que siento, sé que a veces me pongo celoso cuando me habla demasiado bien de otros hombres que conoce -aunque intento disimularlo de manera que no lo note- o cuando le da por ignorarme. Si es que está tanteando para saber si es que hay interés por parte mía, esa actitud solo hace que me den ganas de huir (no creo ser el único); y si es que no, me fastidia bastante e intento quedarme callado de todas maneras.

Las pocas veces que he tenido contacto físico con ella, ya sea tocarle un brazo o empujarla para molestarla (¡que amable de mi parte!), no siento nada fuera de lo normal, su piel es muy suave pero... es tan suave como la de cualquier mujer de 21 años (sí, me gustan de mi edad o mayores). Al mirar su rostro, que es bastante lindo por lo demás, no me provoca nada más allá de oler el perfume que trae (¿es que siempre tiene que oler bien?) y, si es que fuera algo más atrevido, depositarle un beso suave en su frentecita... y más abajo también, pero es una vaga idea, no un deseo que cueste reprimir.

Verla me pone contento, pero también me molesta cuando sabe que nos vamos a ver y llega con la cara deshecha (especialmente cuando uno se dio hasta el trabajo de buscar un baño público en el centro para lavarse la cara, echarse colonia y peinarse decentemente para dicho encuentro, cosa bastante excepcional por lo demás). De todos modos, intento tomarle el lado positivo, qué mejor muestra de confianza de una mujer que dejarse ver así. Muy linda será, pero se nota a lo lejos cuando una mujer salió apresurada y ni se peinó. Ahí se me cae la teoría de que puedo gustarle, ¿por qué me dejaría verla así? El detalle de cómo se vea en realidad no es algo que me importe mucho, seguirá pareciéndome linda, pero detrás de cada acción hay algo que se quiere comunicar y las mujeres no dejan tantas cosas al azar. Eso me intriga.


Creo que se me ha insinuado un par de veces, especialmente cuando me conduce los temas hacia lo que es ser pareja, las cosas que busca en un hombre y las cosas que le gustaría vivir con alguien. Nunca sabré si una mujer hace eso para que uno intente ceñirse por ese ideal, simplemente lo hace para probar hasta dónde estás dispuesto a quemarte y ver lo que deseas o porque es solo un tema más, de todos modos es mejor no mentir a la hora de responder que es lo que uno quisiera vivir, no hay nada peor que formarse una máscara para satisfacer a otra persona. ¿Te imaginas decirle a alguien de clase alta: "me gustaría tener un Audi o un Land Rover como mínimo" y después comentarle a otra persona de clase más modesta: "yo me conformo con un Nissan V16 o un Suzuki Maruti"? Da igual lo que piense la otra persona -siempre hay excepciones-, o se va de frente o se evade la respuesta en caso de que sea incómoda.

De cualquier manera, nunca dejará de ser desconcertante hablar de un tema como ése, especialmente cuando uno dice que le gustan las mujeres tímidas, sutiles, amables, trabajadoras, ordenaditas y de bajo perfil (lo que es verdad, me encantan) ...y uno termina pensando en que puede gustarle alguien como Valentina, una mujer sociable, inteligente, algo malcriada, posesiva, loca, simpática cuando quiere y algo ingenua. En una alegoría, nos complementamos bien, yo contengo sus impulsos y su energía, en tanto que ella me va instando a traspasar ciertos límites, a hacer cosas. Es como si ella fuera fuego y, cada vez que me roza, me dijera "quémate conmigo". Nunca pensé que la frase "los opuestos se atraen" me podía llegar, para variar la vida me vuelve a enseñar que los "nunca" no existen.

No sé mucho de sus sentimientos, aunque puede que la culpa sea mía por no andar pendiente de eso (esto suele suceder muy a menudo). Aún recuerdo cuando salimos y me dijo que si le gustaba el nuevo peinado que traía (y yo que pensé que se veía igual que otras veces), obviamente le dije que sí pero por dentro seguía preguntándome qué era lo nuevo que traía. No sé si serán detalles demasiado sutiles o yo soy el ciego que no ve esas cosas (puede que sean las dos, pero más la segunda).

Hay veces en que hubiese querido que fuera más directa, con un poquito más era suficiente, para saber qué camino es el que quiere tomar. Que buscara ese contacto, ese roce de manos, de brazos, ese tocarse que es tan lindo y tan sutil como forma de provocación, digo buscara porque yo lo hacía pero como que no duraba mucho y ella no me seguía el juego. Me hubiese gustado poder abrazarla, pero solo pude canalizar ese deseo de roce empujándola y botándola al suelo para luego reírme de ella (peor es nada). La verdad es que me habría bajado toda la ternura reprimida si es que la hubiera abrazado y no sé, no me imagino abrazándola, aunque hubiese sido bonito. El punto de la cuestión es, ¿hasta cuándo resistir y reprimirse? Siempre me pregunto cuándo será el momento de cortar el elástico y comenzar con la catarsis, hacer ciertas cosas, decir ciertas palabras, hacer ciertos cariños sin temer a que la otra persona los malinterpretará, o peor aún, que con la costumbre vaya a pedir más y el elástico termine por romperse generando ese sentimiento de "me gusta".


Podría decirse que me siento débil al demostrar mis sentimientos, no es que me dé vergüenza, pero el solo hecho de dejar una pista hace que me sienta mal, la imagen mental que hago es como si estuvieran dos personas juntas en una cita romántica previa a la declaración y él llevara un cartel grande que dijera "Me gustas, te deseo con intensidad y te pido por favor que me aceptes...te quiero", en otras palabras, algo nauseabundo y estoy seguro que ante tal jugada, lo único que conseguirá el pobre hombrecillo es que le digan "te quiero mucho, pero como amigo" o que ella pierda todo el interés (aunque el público femenino quizás suspire por lo arrastrado de la propuesta, dudo que funcione). Odio sentir que me estoy declarando cuando apenas estoy cambiando mi forma de mirar a una persona.

Antes veía o pensaba que alguien quería conquistarme (suena tan estúpida esa palabra, pero es por ponerle un nombre) y le seguía el juego, el solo hecho de pensar que yo le podía gustar hacía que me pareciera diferente, su pelo se veía más lindo, su cara se volvía más graciosa, su voz adquiría una dulzura sin siquiera haber cambiado en nada, pero muchas de esas veces solo fueron ilusiones estúpidas, cosas que yo veía pero que no eran tal. Ahora, es como si me pusiera una venda en los ojos, no veo esas señales y, si las veo, no las creo. Jugar a seducir o a que te seduzcan es divertido cuando quieres jugarlo, se vuelve como comer chocolate, algo intrínsecamente exquisito, pero que se disfruta más cuando se da el tiempo de saborearlo; el problema es que hace tiempo perdí las ganas de jugar ese tipo de juegos, ya no me interesa, hasta cierto punto creo que me da igual si me gusta alguien o yo le gusto a alguien, en cualquier caso, sea lo que sea, es poco probable que haga un movimiento o desnude una parte de mis sentimientos. Me siento cómodo viviendo mi vida sin compartir con "nadie", saliendo con amigos, haciendo mis paseos y preocupándome de mi familia, no obstante, sé que no es para siempre. El ser humano nació, al igual que las demás especies, para procrear. Algún día tendrá que gustarme una mujer,  podré tomar estos pensamientos, meterlos en un baúl y hacer como que nunca existieron.

lunes, 16 de enero de 2012

Capítulo 3 - Cable a tierra

Si hasta el día de hoy ignoro mis sentimientos, después de meses y meses saliendo a pasear junto a Valentina, se debe a dos razones: la primera es que no quiero saber lo que siento y, la segunda, no lo veía como algo urgente. Cuando era pequeño, era demasiado evidente en la situación de que me gustara una niña, buscaba en mi interior qué era esa sensación que me provocaba, se lo decía abiertamente y, en realidad, no le tenía mucho miedo al fracaso porque nada de eso me importaba, con nueve años no me iba a poner a llorar porque ella prefiriera jugar con muñecas Barbie, eso estaba más que asumido. Pero ahora, saber si me gusta alguien o no realmente no es mi prioridad.


Un tren por fin se asoma e interrumpe mis pensamientos, los rieles comienzan a sonar, me aparto y veo cómo pasa el gigante de acero, la serpiente de ruedas, dando bocinazos no sé si para saludar o para retarme por estar cerca de la línea. Continúo sobre mis pasos hasta llegar a la avenida, camino hacia el paradero mientras mi boca suplica por una dosis de agua, jugo o bebida y yo solo puedo tragar mi propia saliva.

Busco sombra en el paradero, pero el lugar donde logro resguardarme del sol no sirve para ver si el bus viene (¿a quién no le ha pasado esto?), así que me veo obligado a sentir calor en mi piel. Pasan algunos autos y de la nada se asoma la máquina que estoy esperando. Extiendo mi brazo en una acción mecanizada, dejo que el dedo índice marque mi petición silenciosa. Cierro los ojos por un breve instante y suena cómo el bus va frenando. Abre la puerta, subo.

- Buenas tardes - digo al tiempo en que paso la tarjeta por el validador.

Avanzo, el bus casi no tiene pasajeros (ya todos han de haberse ido). Elijo un asiento, me siento y el silencio me invade. La gente cree que el silencio corresponde a cuando no hay ningún sonido, pero nuestros pensamientos no emiten sonidos y rompen el silencio de todas maneras. El silencio me agrada, pero lo vivo pocas veces a pesar de que calle la mayor parte del tiempo. 


No es tiempo de pensar, el motor suena, las ruedas avanzan y toda esa poesía se desata, para otros oídos será el molesto sonido de un bus andando, para mí, será mi cable a tierra. Próximo destino: mi casa.

viernes, 13 de enero de 2012

Capítulo 2 - Inconclusas

Nada saco con andar preguntándome esas cosas, al menos, no mientras no estés enfrente mío. Antes me torturaba especulando sobre las situaciones, me desvelaba por las noches pensando en las opciones que hay (y que siempre son las mismas). La primera y más optimista, es la situación en la que te gusto y me lo dices. La segunda, es la situación en la que te gusto y no me lo dices. La tercera es tan predecible como las dos anteriores, no te gusto y me quieres como amigo, la cuarta es que no te gusto y no me quieres ni como amigo, mientras que la quinta es otra discusión y volver a tener las cinco opciones anteriores presentes, o sea, el problema no se enfrentó y quedará para otra ocasión.

Más de alguna vez soñé que estaba con esa otra persona conversando y le exponía mis dudas, popularmente se diría que le abría mi corazón, pero lo tenía adentro bombeando sangre y en mis sueños no suelo portar un bisturí como para abrirlo. No obstante, fuera de esa fome ironía, podría decirse que por primera vez en años, hablaba con franqueza (en esos sueños) con esa otra persona y le decía todo lo que me pasaba. Obviamente, las cosas que ocurren en los sueños suelen ser tan fantasiosas e increíbles como las que ocurren en las películas hollywoodenses. Es cierto que quizás, en una de esas tantas posibilidades que ofrece la vida, si la gente hablara y dijera con lujo de detalle todo lo que les pasa y les atormenta la hora de dormir, viviríamos más felices y las demás personas podrían ayudarnos a tratar aquello que nos duele o nos molesta. Pero, lo único cierto es que todas esas cosas podemos hablarlas a ese nivel con tres seres: contigo mismo, con Dios (si es que crees en él) y con tu perro.

  
Hablarlas con el perro para muchos es una terapia, yo no lo hago a menudo porque el fresco solo saca la lengua y jadea, pero sirve para desahogarse o eso dicen. Nunca he hablado con otra persona en ese nivel y creo que no va a pasar, por lo que evito en lo posible todas esas ensoñaciones -ya sean despiertas o mientras duermo-, hay otras formas de saber qué es lo que te pasa y las respuestas que necesitas.

De hecho, en esta ocasión no es ni siquiera tan importante cuáles sean tus sentimientos hacia mí ni la forma en que vayas a jugar con ello. Es cierto que duele y lastima cuando no sabes lo que siente esa otra persona, pero es mucho peor cuando ni tú sabes lo que sientes. Algunos le llaman "confusión" a ese estado de no saber lo que se siente por otra persona, de estar evaluando constantemente -y casi tan repetitivo como cualquier ejercicio matemático- las opciones y decir que vas a hacer tal cosa para que, cuando la tengas enfrente, termines haciendo algo completamente diferente y quieras darte con una piedra en el pecho. "Que cobarde fui, no le dije lo que quería decirle...", buscas una excusa y vuelves a vivir las mismas cosas una y otra vez hasta que uno de los dos suelta las certezas necesarias como para que ambos se tomen de las manos y se besen de una buena vez, o se manden a cambiar aduciendo tal o cual excusa. 

Para mí, simplemente son preguntas inconclusas, procesos que se están haciendo y que deben hacerse en silencio. Suelo intentar que la otra persona solo sepa mis certezas, quedándome yo con las dudas y, si estoy dudando de hacer algo o de alguien, no hago nada y espero una señal antes de actuar (señal que, a veces, nunca llega y espero en vano). No es precisamente algo que recomiendo imitar, de hecho, yo mismo pienso que soy cobarde por hacerlo de esa manera, tan solo es la forma en que vivo estas situaciones.

Lo único concreto de todo esto, es que estoy caminando por la línea del tren, en todo el camino solo he visto pasar un viejo con un carro de feria y me he tropezado con algunas piedrecillas que están al lado de los rieles. No sé qué es lo que siento por ti, ni mucho menos sé qué puedo ofrecerte, solo sé que discutimos, que tengo hambre y que ando pensando puras huevadas.



Capítulo 1 - Vuelta


El sonido de las piedras es la única música que necesitan mis oídos en este solitario momento. Voy caminando cerca de la línea del tren, a pleno sol, con una mochila en mis espaldas y un polerón en el brazo. A lo lejos, veo como camina otra persona, un viejo que lleva un carrito de feria, a medida que se acerca veo que lleva un saco de papas. Nos cruzamos a una distancia prudente, las ruedas que chocan con las piedras hacen un sonido que molesta a los perros, se escuchan los ladridos desde las casas aledañas a la línea.

Son las cuatro de la tarde, antes de discutir contigo el plan era que nos tomáramos un helado a esta hora, ojalá poder sentarnos en alguna banca o en un parque y conversar. No es que me moleste la soledad o me duela tanto tu ausencia, es solo que creo que te lastimé y no lo merecías. Imagino mi vida -y la de todos- como el trayecto que hace un bus en un recorrido cualquiera. 


Las personas que entran a nuestra vida (o nuestro bus) son como pasajeros, por diversas circunstancias van entrando y saliendo, algunos se sientan cómodos y hacen que el trayecto sea sereno, otros en tanto hacen mucho ruido y comienzan a volverse prescindibles, el punto es que en general, los pasajeros en algún minuto, tarde o temprano, tendrán que bajarse del bus y éste quedará vacío. Antes me dolía que la gente bajara del bus, me daba pena no poder retenerlos, ver cómo tocaban el timbre de parada y tenía que abrirles las puertas (porque sino, después se molestan y gritan como desaforados). Por el retrovisor veía con tristeza cómo, ya en la vereda, hacían parar otro bus y no los veía más. 

Después comprendí que la gente no siempre se va porque quiere, si no porque así son las circunstancias, cada uno tiene que tomar distintos caminos, la vida es así. No obstante, todas esas promesas de amor, de amistad, de compromiso, de compañerismo; todas esas palabras y esos "contarás siempre conmigo" se desvanecieron, perdieron su valor. Por eso mismo, ya no prometo nada ni digo que seré el mejor amigo de todos, no puedo reclamarle a otras personas sus promesas cuando yo tampoco cumplí las que hice. 

Ahora tan solo intento que pasen una buena estadía dentro del bus, ojalá mantenerlo limpio y con algún aromatizante para que se sientan bien, ser amable con ellos y quererlos aún sabiendo que después se irán, que volarán de la misma forma en que un hijo deja el nido. Pero, ese desapego, ese querer sabiendo de antemano que la otra persona se irá (o asumiéndolo), no sirve de nada cuando esa persona desea quedarse contigo.


No sirve de nada cuando quiere conversar contigo y hacer el trayecto de vuelta, cuando ella desea cambiar el letrero de itinerario y ayudarte con una escoba a limpiar lo que otros dejaron. ¿De qué sirve ser celoso de tu propio espacio si terminas espantando a esas personas que más quieren compartir contigo? Es por eso que creo que te lastimé, quizás deba darte una oportunidad, pero no sé si tú quisieras intentarlo. ¿Querrías dar vuelta el letrero y hacer el trayecto de vuelta conmigo?


.