viernes, 13 de enero de 2012

Capítulo 1 - Vuelta


El sonido de las piedras es la única música que necesitan mis oídos en este solitario momento. Voy caminando cerca de la línea del tren, a pleno sol, con una mochila en mis espaldas y un polerón en el brazo. A lo lejos, veo como camina otra persona, un viejo que lleva un carrito de feria, a medida que se acerca veo que lleva un saco de papas. Nos cruzamos a una distancia prudente, las ruedas que chocan con las piedras hacen un sonido que molesta a los perros, se escuchan los ladridos desde las casas aledañas a la línea.

Son las cuatro de la tarde, antes de discutir contigo el plan era que nos tomáramos un helado a esta hora, ojalá poder sentarnos en alguna banca o en un parque y conversar. No es que me moleste la soledad o me duela tanto tu ausencia, es solo que creo que te lastimé y no lo merecías. Imagino mi vida -y la de todos- como el trayecto que hace un bus en un recorrido cualquiera. 


Las personas que entran a nuestra vida (o nuestro bus) son como pasajeros, por diversas circunstancias van entrando y saliendo, algunos se sientan cómodos y hacen que el trayecto sea sereno, otros en tanto hacen mucho ruido y comienzan a volverse prescindibles, el punto es que en general, los pasajeros en algún minuto, tarde o temprano, tendrán que bajarse del bus y éste quedará vacío. Antes me dolía que la gente bajara del bus, me daba pena no poder retenerlos, ver cómo tocaban el timbre de parada y tenía que abrirles las puertas (porque sino, después se molestan y gritan como desaforados). Por el retrovisor veía con tristeza cómo, ya en la vereda, hacían parar otro bus y no los veía más. 

Después comprendí que la gente no siempre se va porque quiere, si no porque así son las circunstancias, cada uno tiene que tomar distintos caminos, la vida es así. No obstante, todas esas promesas de amor, de amistad, de compromiso, de compañerismo; todas esas palabras y esos "contarás siempre conmigo" se desvanecieron, perdieron su valor. Por eso mismo, ya no prometo nada ni digo que seré el mejor amigo de todos, no puedo reclamarle a otras personas sus promesas cuando yo tampoco cumplí las que hice. 

Ahora tan solo intento que pasen una buena estadía dentro del bus, ojalá mantenerlo limpio y con algún aromatizante para que se sientan bien, ser amable con ellos y quererlos aún sabiendo que después se irán, que volarán de la misma forma en que un hijo deja el nido. Pero, ese desapego, ese querer sabiendo de antemano que la otra persona se irá (o asumiéndolo), no sirve de nada cuando esa persona desea quedarse contigo.


No sirve de nada cuando quiere conversar contigo y hacer el trayecto de vuelta, cuando ella desea cambiar el letrero de itinerario y ayudarte con una escoba a limpiar lo que otros dejaron. ¿De qué sirve ser celoso de tu propio espacio si terminas espantando a esas personas que más quieren compartir contigo? Es por eso que creo que te lastimé, quizás deba darte una oportunidad, pero no sé si tú quisieras intentarlo. ¿Querrías dar vuelta el letrero y hacer el trayecto de vuelta conmigo?


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1 comentario:

  1. Sonará extraño tal vez, pero mientras me daba una ducha comencé a reflexionar sobre este primer capítulo, y me ha quedado dando vueltas la analogía que utilizaste refiriéndote a la micro y sus pasajeros. Una vez somos conscientes de que la realidad es muy diferente a lo que nuestros ojos de niños veían, empezamos a notar lo difícil que es mantener vínculos, no podemos caer bien a todo el mundo eso está claro, pero tampoco tenemos que vivir de quienes se bajan por no estar a gusto. No se trata de cambiar por ellos, sino de nutrir a quienes han decidido continuar el viaje con nosotros ¿por qué? Porque su camino tiene similitudes al nuestro y sienten que de algún modo les será más útil confiar en el conductor de aquel bus. Aunque a veces también he de reconocer que he pecado siendo un tanto duro con todos ellos, nunca es tarde para pedirles que regresen, precisamente será aquel momento donde verás quién o quiénes siempre han estado contigo. Salu2!

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