viernes, 13 de enero de 2012

Capítulo 2 - Inconclusas

Nada saco con andar preguntándome esas cosas, al menos, no mientras no estés enfrente mío. Antes me torturaba especulando sobre las situaciones, me desvelaba por las noches pensando en las opciones que hay (y que siempre son las mismas). La primera y más optimista, es la situación en la que te gusto y me lo dices. La segunda, es la situación en la que te gusto y no me lo dices. La tercera es tan predecible como las dos anteriores, no te gusto y me quieres como amigo, la cuarta es que no te gusto y no me quieres ni como amigo, mientras que la quinta es otra discusión y volver a tener las cinco opciones anteriores presentes, o sea, el problema no se enfrentó y quedará para otra ocasión.

Más de alguna vez soñé que estaba con esa otra persona conversando y le exponía mis dudas, popularmente se diría que le abría mi corazón, pero lo tenía adentro bombeando sangre y en mis sueños no suelo portar un bisturí como para abrirlo. No obstante, fuera de esa fome ironía, podría decirse que por primera vez en años, hablaba con franqueza (en esos sueños) con esa otra persona y le decía todo lo que me pasaba. Obviamente, las cosas que ocurren en los sueños suelen ser tan fantasiosas e increíbles como las que ocurren en las películas hollywoodenses. Es cierto que quizás, en una de esas tantas posibilidades que ofrece la vida, si la gente hablara y dijera con lujo de detalle todo lo que les pasa y les atormenta la hora de dormir, viviríamos más felices y las demás personas podrían ayudarnos a tratar aquello que nos duele o nos molesta. Pero, lo único cierto es que todas esas cosas podemos hablarlas a ese nivel con tres seres: contigo mismo, con Dios (si es que crees en él) y con tu perro.

  
Hablarlas con el perro para muchos es una terapia, yo no lo hago a menudo porque el fresco solo saca la lengua y jadea, pero sirve para desahogarse o eso dicen. Nunca he hablado con otra persona en ese nivel y creo que no va a pasar, por lo que evito en lo posible todas esas ensoñaciones -ya sean despiertas o mientras duermo-, hay otras formas de saber qué es lo que te pasa y las respuestas que necesitas.

De hecho, en esta ocasión no es ni siquiera tan importante cuáles sean tus sentimientos hacia mí ni la forma en que vayas a jugar con ello. Es cierto que duele y lastima cuando no sabes lo que siente esa otra persona, pero es mucho peor cuando ni tú sabes lo que sientes. Algunos le llaman "confusión" a ese estado de no saber lo que se siente por otra persona, de estar evaluando constantemente -y casi tan repetitivo como cualquier ejercicio matemático- las opciones y decir que vas a hacer tal cosa para que, cuando la tengas enfrente, termines haciendo algo completamente diferente y quieras darte con una piedra en el pecho. "Que cobarde fui, no le dije lo que quería decirle...", buscas una excusa y vuelves a vivir las mismas cosas una y otra vez hasta que uno de los dos suelta las certezas necesarias como para que ambos se tomen de las manos y se besen de una buena vez, o se manden a cambiar aduciendo tal o cual excusa. 

Para mí, simplemente son preguntas inconclusas, procesos que se están haciendo y que deben hacerse en silencio. Suelo intentar que la otra persona solo sepa mis certezas, quedándome yo con las dudas y, si estoy dudando de hacer algo o de alguien, no hago nada y espero una señal antes de actuar (señal que, a veces, nunca llega y espero en vano). No es precisamente algo que recomiendo imitar, de hecho, yo mismo pienso que soy cobarde por hacerlo de esa manera, tan solo es la forma en que vivo estas situaciones.

Lo único concreto de todo esto, es que estoy caminando por la línea del tren, en todo el camino solo he visto pasar un viejo con un carro de feria y me he tropezado con algunas piedrecillas que están al lado de los rieles. No sé qué es lo que siento por ti, ni mucho menos sé qué puedo ofrecerte, solo sé que discutimos, que tengo hambre y que ando pensando puras huevadas.



1 comentario:

  1. Solemos caminar sin rumbo cruzando un centenar de imágenes que golpean diariamente nuestra mente... a veces sería mejor no darles tanta importancia y así buscar el rumbo que deseamos continuar exactamente. Ah! Y Ariel, los perros son geniales consejeros jaja

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