viernes, 3 de febrero de 2012

Capítulo 5 - Sencillez

Discutir por una estupidez, eso es lo que me duele. Me da lo mismo si le dolió (en realidad no, pero no me preocupa tanto); me da lo mismo si en realidad me gusta y después de esto se quiera alejar (pues lo asumo como lo más probable); tan solo me gustaría dejar las cosas claras, volver a mentirle y decirle que fue un lapsus, que me pilló en un mal momento y que me disculpara por haber estado de tan mal humor. ¿Acaso uno no puede tener un mal día?

Mi mano tiembla en el teléfono, ¿marco el número o no lo hago? Son las cinco de la tarde, quizás esté tomando once; o debe estar con su papá mirando alguna película. Puede que, por la hora, justo haya querido ir a pasear por allí y no esté en casa, ¿y si mejor llamo después? ¿No será más sensato? ¡Ya basta cobarde! ¡Llama! ¿Qué pierdo con llamar? Nada, solo plata, unos molestos sonidos del teléfono y quizás un virtual telefonazo en ciertas partes. ¿Y qué gano con llamar? Más que no haciendo nada y quedándome como estúpido frente al teléfono. ¡Ya! Cierra los ojos y marca.

Suena el teléfono, suena, suena, suena y suena. ¡Arrgh! ¡Ya voy! Maldito celular.

- ¡Aló! ¿Cómo estás? - suena una voz 
- Bien, ¿cómo estás tú? - digo en voz baja
- Bien, supongo, haciendo lo de siempre, ordenando la casita, tú ya sabes - dice intentando quitar la tensión de por medio
- Oye, mira, quería saber si tenías un día disponible en la semana, es que quiero conversar contigo - digo intentando suavizar la voz
- El martes puedo, ¿pero de verdad es necesario? - comenta intentando evadir la conversación
- Sí, creo que tenemos una conversación pendiente tú y yo, ¿te tinca si almorzamos juntos y de ahí conversamos? - propone 
- Me parece bien, ¿de verdad te gusta esa idea? - digo para que después no se ande arrepintiendo
- Sí, vamos a conversar - dice intentando sonar alegre.

Arreglar las cosas es una necesidad. Es curioso que, por una pequeñez, por una que otra palabra (¿y qué son las palabras al fin y al cabo?), ciertas estructuras se vayan desmoronando. La gente se esmera en construir una imagen, en formar una especie de edificio corporativo, pero son los detalles los que al final nos identifican, los que nos hacen ser quienes somos, a la larga ellos son nuestra firma. Lo mejor de todo, es cuando no somos conscientes de esos detalles, de esas pequeñeces, cuando acertamos en vez de estar aumentando la tensión. Más de alguno habrá sentido alguna vez que cae sobre él una bola de nieve, una suma de pequeñas cositas que van volviéndose tan molestas como las piedras en los zapatos. Si tan solo la vida fuera más fácil y se pudieran quitar esas piedras olvidándose de que alguna vez existieron. Pero, ¿para qué malgastar tiempo pensando en cosas que nunca sucederán?


Santiago en verano es caluroso, pero no deja de ser bonito, especialmente cuando falta mucho todavía para poder ver el mar en familia. La gente huye de la ciudad en verano, toma sus autos y se va a lugares más frescos, se va de vacaciones al Litoral Central, que es el destino turístico por excelencia de la clase media; otros van a Valparaíso y Viña del Mar, mientras que los más ricos se quedan en balnearios como Reñaca, Maitencillo o Zapallar, ¿pero qué barbaridades estoy diciendo? ¡Si los más ricos aprovechan lo que tienen (yo también lo haría) para conocer el mundo! En todo caso, nunca pero nunca podrán compararse con los mochileros europeos...hacer Sudamérica completo en un par de meses, estar en las más hermosas partes de América Latina de un paraguazo, ¡en un viaje! Hay veces en que me gustaría poder conocer tanto en tan poco tiempo, pero como que no me da para ser mochilero; soy algo quisquilloso a pesar de no tener ni dónde caerme muerto. Por cierto, no me interesa ir a Europa.

Yo conozco Santiago, sería arrogante decir que conozco cada uno de sus rincones y esquinas, pero he visto mucho. Hay gente que la odia, que le dice Santiasco, que solo encuentra en sus calles colores grises, sin embargo, muchos de ellos apenas viajan de la casa al colegio (o trabajo) y del trabajo (o colegio) a la casa. Es triste ver cómo la propia gente de la ciudad ignora su belleza, aunque la belleza es un parámetro subjetivo y depende de lo que alguien llame "bello". Para mí, un cuadro de pintura puede ser tan abstracto como fome, mientras que para alguien que sabe de arte, puede que sepa apreciar la belleza que hay dentro de él y esbozar una sonrisa.

Santiago es lindo para quien quiere conocerlo, aunque puede que yo no sea la persona más idónea para decirlo, estoy algo enamorado de la ciudad que me vió nacer, que me ha visto (y hecho) crecer. Me encanta caminar por sus calles, oír el sonido acompasado del andar de los buses articulados, escuchar los pasos inquietos de las personas que andan en el paseo Ahumada, agradecer que no estamos plagados de rascacielos, poder ver algo verde cerca del centro de la ciudad, tener un Metro limpio, saber que no somos conocidos por tener una farándula internacional. Me gusta porque la encuentro tranquila.


Creo que soy alguien sencillo después de todo, digo creo porque uno cree tantas cosas de uno que bien pareciera un autoengaño inconsciente el querer atribuirse una cualidad. Me agrada poder caminar o tomar micro, sin rumbo fijo, y sorprenderme con las cosas que veo. Es una lástima que a Valentina no le guste caminar, que odie andar en micro, ella adora los autos y ropas caras, además de ser algo ambiciosa (¿Por qué tiene que ser tan diferente?). Sencillez no es una palabra que vaya de la mano con ella.
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Modismos o frases chilenas:
1) Tincar: presentir, intuir. En este contexto "te tinca" se usa como "te gusta, te apetece".
2) De un paraguazo: de una sola vez.

1 comentario:

  1. Hasta ahora -y no creo que varíe mucho mi impresión a medida que avancen los capítulos- "La Vida de Elías" me ha parecido un excelente relato. Sin aburrir y de forma muy dinámica has podido abordar diversos tópicos, como el amor, la vida en una ciudad como Santiago y las relaciones con las personas.

    Sigue así, Ariel. Felicitaciones, nuevamente.
    Saludos!

    Camilo.

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